jueves, 28 de octubre de 2010

La confusión y el criterio




Creo que uno de los rasgos de estos tiempos que vivimos -en el sentido más amplio de la temporalidad- es la confusión. Confusión que, como la propia palabra indica, puede ser entendida para bien y para mal. Yo creo que el cambio de hora, estación, de metereología y de armario suele ser una metáfora de la existencia misma, ésa que se repite y se renueva, el mismo río con distinta agua, que le cantaba el poeta al río Duero. Tras años de experiencia, he optado por dejarme llevar por ese fluir. He aprendido que el criterio es relativo y he acabado disfrutando la mecánica del desorden.


Quizás eso explica que en un intervalo de con pocas semanas haya viajado de Egipto a Londres, del desierto al metro, de una civilización a otra, pasando los domingos entremedios en El Buitrón, que es un lugar y un tiempo donde mis sobrinos siempre son felices y donde siempre acabo volviendo porque sé que allí estará mi madre.

El mes pasado, sin pensarlo mucho, me embarqué por unos días, que era una de las cosas que me propuse en el último post. El Nilo, al que también le habrán cantado sus propios poetas, es mucho más que un río. Es un paisaje que se mueve lentamente, de color verde y amarillo, es temperatura sin brisa, una sucesión distinta del tiempo, una forma distinta de vivir. Luego están los lugares, las pirámides y los templos, esos que impresionan y salen en las fotos y que seguramente seguirán allí otros cinco mil años más. Pero en todo viaje hay un momento de luz y de ingravidez en el que se olvida la distancia de un origen. En ese instante es cuando pasas forma parte del destino.

Lo de volver a Inglaterra doce años después de vivir seis meses como Erasmus ha sido todo un acontecimiento. En un vuelo low-cost, con una amiga de la infancia que se apuntó a una academia de inglés dos días antes para ir practicando, otra que bebe para combatir el pánico a volar, una tercera que falta por primera vez en su vida a la feria de Gibraleón, y dos hombres, hechos y derechos. No me he podido reir más en 48 horas. El Londres que me encontré no tiene nada que ver con el que recordaba. Como todo lo que evoluciona, no es mi mejor ni peor, es diferente. Supongo que en todo esos años yo también he cambiado. Y sin embargo, también en esta ciudad, me reconocí a mí misma. Y me hice la pregunta de si la madurez era ésto.

Sobre el concepto de criterio he reflexionado mucho últimamente. Sobre todo, entendido en su segunda acepción del diccionario: Juicio para discernir, clasificar o relacionar una cosa. Visto así podría ser lo contrario a la confusión. Sin embargo he dado cuenta de que la falta de criterio no tiene porqué ser un defecto. De hecho, he descubierto que es de las cosas más divertidas del mundo. Llevo semanas riéndome con Adela ante casos concretos. Los más frecuentes: vestirse sin criterio tratando de integrar todas las tendencias de moda en un mismo look, comprar sin criterio, comer y beber sin criterio, reir y llorar sin criterio... Yo creo que soy así desde que nací. Me parece que era mi abuelo Ramón el que me decía cuando chica que yo hacía las cosas sin conocimiento. Ahora, al menos, el rumbo perdido me llega a resultar gracioso. Me vuelve la pregunta de si la madurez era ésto.

El otoño cultural ha vuelto a la capital, con sus performances y charlas literarias al caer la tarde, con la programación del Gran Teatro y nuevas exposiciones y conciertos de la Universidad. Ante la inminencia del puente os recomiendo una visita al Altar de los Muertos mexicano, que empieza a ser un clásico por estas fechas en la Casa Colón y que este año lo han montado desde San Luis de Potosí. En noviembre, el Festival de Cine y Tricicle son las mejores propuestas para el tiempo libre, que es una expresión que cada día entiendo menos. ¿Es que hay un tiempo prisionero?

Entre la confusión y el criterio se encuentran las posibilidades, que era otra de las últimas cosas de las que recuerdo haber escrito. A mí siempre se me abren abren muchas en el cambio de un mes a otro. Despido Octubre después de haber compartido un día con Su Majestad el Rey y abriendo una surtido de chocolates de El Patriarca. Eso me recuerda a un post de hace años, probablemente por estas fechas, que se titulaba 'De Borbones y polvorones'. Para que luego digan que la vida no es un ciclo.

Quiero aprovechar este martes, martes para felicitar a mi amigo César, que ahora le ha dado por hacerse bloguero. Dentro de una semana cumple un año y una década. Con él he aprendido muchas cosas, con su juicio para discernir y también sin él. Hay dos cosas que valoro de César por encima de todas: que tiene un corazón noble y que siempre me hace reir. Ha estado a mi lado en los buenos y malos momentos, en la salud y en la enfermedad, en el verano y en el invierno. Es alguien de quien puedes tener la seguridad de que siempre va a estar ahí. Es lo que tiene ser vecinos.

Y un gran abrazo a los compañeros de El Mundo. Desde aquí les deseo lo mejor. La injusticia para con ellos ha servido al menos para algo: para que muchos recuperemos el sentido colectivo de la solidaridad

lunes, 6 de septiembre de 2010

La épica y la normalidad

El martes, martes pasado fue el último día agosto. Para muchos, el fin de las vacaciones y la vuelta a la vida normal, una de cuyas características fundamentales durante los primeros meses consiste en visualizar repetidamente en cualquier formato de calendario -el del móvil, el de la mesa de trabajo, el del santo que llevamos en la cartera- cómo rentabilizar mejor los días de asuntos propios que nos quedan y en hacer ecuaciones en función de los días sobre los que recaen los puentes de otoño .

El verano pasado, como pensaba que se iba a acabar el mundo, me cogí un avión de largo recorrido en septiembre después de dos meses incansables, a fin de aprovechar cada segundo del tiempo que sobrevolaba en el planeta. Cuando volví, resulta que el mundo seguía tal y como lo dejé. Y encima, el regreso dio paso a un profundo y crudo invierno lleno de humedades y melancolía, como todos los inviernos, pero que dicho así, con la perspectiva del calor destaca más por antítetico.

Así que este año decidí tomármelo con calma y dedicarme a vivir los grandes momentos estivales con mayor discreción y una emoción algo más contenida.Y eso que han sido los julio y agosto más épicos de mi vida. Yo es que creo que es sano ser contraditorio de vez en cuando. Por partes.

Nadie esperaba que tras el mundialmente esperado final de 'Perdidos' aconteciera algo mucho más inesperado y apoteósico como ser campeones del mundo. Yo, con toda la discreción que fui capaz, empecé murmurando supersticiones, manejando amuletos para nuestra selección y vudús para las contrarias. Y el domingo 11 de julio acabé bañándome en la fuente de la Avenida de Andalucía una con una gran emoción contenida. Al día siguiente, cogí mi clik de Villa y me fui de vacaciones como una campeona. Mi coche nuevo y yo le cogimos gusto a la carretera y, para celebrar el día de mi cumpleaños, nos encajamos en un confín del mundo. En Finisterre me sentí feliz de que el mundo no se acabara el año pasado. Me hubiera ido de esta vida sin probar los percebes.

Por eso decidí que a partir de ahora quiero hacer todas aquellas cosas que no he hecho nunca y siempre voy aplazando. Tengo proyectadas varias de ellas para este mes: montar en parapente, hacerme la pedicura y embarcarme por un tiempo.

He decir que también ha sido un verano épico desde el punto de vista cultural: las Noches del Foro y escuchar Raphael junto a mi madre, el Castillo de Niebla y la lucidez oculta en la locura de Calígula, el menú Chicken Burguer y el CBO a la seis de la mañana para celebrar que el McAuto abre las 24 horas... Grandes momentos a los que se suman otros como 'Origen', que disfruté en el cine y en mi imaginación, y el Iphone 4 como nueva extensión del hombre, que diría McLuhan... Ahora me doy cuenta de que no es que haya tenido abandonado éste mi blog. Es que no podía dar abasto con tanta intensidad.

Septiembre, dicen, es la vuelta a la normalidad. Un estado de ánimo que se respira en los artículos y columnistas que hablan con nostalgia poética del olor a libros nuevos y en los padres que, al pagarlos, dicen lo mismo pero de una forma un poco más prosaica. Uno de los indicadores más significativos de esa vuelta son las fiestas de La Cinta y su verbena popular que hoy ha comenzado en mi plaza. Me pregunto si habrá ponche. Por preguntarme algo, ya que por las actuaciones no tengo ningún tipo de duda.

Volver a la normalidad implica haberse ido de ella. Necesito aclarar el concepto, así voy a buscarlo en el diccionario.

Normal 1. Referido a aquello que es general o mayoritario y a lo que es u ocurre siempre o habitualmente, por lo que no produce extrañeza.

2. Referido a lo que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.
Creo que ya sé lo que me pasa: como no soy mucho de rutinas, suelo ir demorando ese proceso de forma gradual e indefinida. Hasta que, para cuando me quiera dar cuenta, me haya encajado en la primavera.

En la playa no se sigue estando bien, sino mejor. Como hace mucho tiempo que no recomiendo nada, comparto con vosotros uno de mis mejores momentos del verano: tomarse un cubata en el chiringuito que está mi bajada de playa a la hora de la puesta el sol. Por si no fuera suficiente placer para la vista y el gusto, todas las tardes, durante esos diez minutos en los que la luz parece hacer estallar el horizonte, se escucha el Ave María de Schubert. El tiempo se detiene de una forma totalmente perceptible.

Recordando viajes y atardeceres, me resulta difícil elegir una foto del verano. He escogido una de mis sobrinos para explicar que ellos también llenan mi vida de grandes momentos. Como el buen tiempo, llegaron para que todo tenga más color y calor. Pero esta vez, además, han venido para quedarse.

Creo que entre lo épico y lo normal existe un espacio en el que me siento más cómoda y me resulta muy fácil instalarme. Eso me hace más sencillo elegir una frase para septiembre: lo posible también se merece una oportunidad.


jueves, 20 de mayo de 2010

Momentos Esperados

Hace poco leí que para escribir una novela o se plagia lo que has leído o se plagia lo que has vidido. Luego cuanto más vivas y más leas, mejor calidad tendrá el plagio.

Me he comprado un coche nuevo y, más que la ilusión propia de elegirlo y estrenarlo, he revivido la de mi madre cuando, recién sacado el carné, apareció una mañana soleada por nuestra calle del parque en Valverde con el novísimo Seat Panda blanco, reluciente y todo modernidad. Y también la sorpresa que nos dio mi padre un viernes tarde al llegar a Punta Umbría pitando el R18 ranchera gris metalizado para que nos asomáramos a verlo desde la terraza desde el quinto. Recuerdo que, al bajar a la calle, lo que más me gustó es que traía una sillita doble en el maletero para que se sentarán mis dos hermanos, fíjate si eran chicos, y viajaran mirando a través la luna trasera, fíjate si ha cambiado el código de seguridad vial.

Pues eso. Como aspiro a que mis plagios tengan calidad, este mes de Mayo voy haciendo lo que puedo y me deja la primavera, que me tiene la tensión en un zigzag que ni los picos de la economía globalizada. Para vivir más, me levanto un poco más temprano, en cuanto empiezan a sonar los cohetes de las Hermandades del Rocío. Es lo primero que escucho después de dormirme oyendo los pitidos de los coches ante celebraciones futbolísticas variadas, como si del calentamiento para el Mundial que está a la vuelta de la esquina se tratara.

Respecto a leer, he retomado los cómics, con la excusa del IV Salón Internacional y de que la biblioteca tiene una magnífica sección, repletitta de novedades. No sé si eso influirá en que suela ver el mundo como un libro de historietas, a veces cómicas, a veces drámáticas.

El feisbuk es un poco así también. Las fotos de perfil de los amigos y los comentarios son como las viñetas, y los estados, como el título del capítulo del día. Luego están los concursos. A Rafa Pérez y a mí el hemos organizdo de gente con sombrero se nos ha ido de las manos. Empecé a sospecharlo cuando ví que se había superado la barrera de los cien miembros, que había fotos internacionales y que nos habían dedicado un chapa y pintura en el periódico. Lo de menos son los premios al mejor tocado y al peor intento. Lo de más, la ganas de divertirse que tiene la peña. Los juegos son una ilusión que llegan directamente al corazón.

Pero además de la final del concurso, de la Liga y de los cheques bebé, hay más cosas que acabarán con el mes. Creo que la más importante es el último y definitivo capítulo de Perdidos, que se emite el Lunes de Pentescostés, que lo mismo es igual de importante pero, como hay uno cada año, no suscita tanta expectación mundial. Ante esa coincidencia y las teorías sobre el bien y mal con la que muchos quieren explicar la conclusión de las seis temporadas, no me extrañaría que el humo negro y la paloma blanca dirimieran el destino de la humanidad en la aldea, que es como una isla en sí misma, suspendida en el espacio y en el tiempo.

Y dos asuntos más que tengo que resolver en mayo de manera inevitable. Una es el cambio de ropa de los armarios, qué cruz. Sabiendo como saben mis vestidos, mis camisetas y mis pantalones lo que me gusta viajar, ya podrían haber aprendido a meterse en una maleta ellos solitos y subirse ordenadamente a los altillos hasta el año que viene. La segunda es otra cruz, la del Barrio Obrero, esa es más agradable, para beberse un ponche El Navajazo en buena compañía. La semana que viene sin falta.

En cuanto a recomendaciones culturales, ahora que ha sido el Día de los Museos, el nuestro ha inaugurado una exposición en la que nueve artistas andaluces reinventan sus fondos, como la rueda hidráulica o las figuras de bronce encontradas en la Ría, tiene buena pinta.

En la foto de hoy vuelvo a estar jugando con mi sobrinos en la playa. Vienen la semana que viene y me iré con ellos a ver el mar en mi coche nuevo. No os lo he dicho antes porque eso no está en la lista de Cosas Pendientes, sino en la de Momentos Esperados.

Os dejo una frase que me ha gustado y que probablemente me haya animado a ponerme con el blog. "El cariño es, para empezar, la disponibilidad". Venía en el cómic que estoy leyendo y, de pronto, me han entrado unas ganas intensas de compartir vivencias con la gente que quiero.

miércoles, 14 de abril de 2010

El secreto del éxito

A fin de reflexionar sobre mis experiencias para poder contarlas con propiedad, dedicí declarar 2010 como Año Internacional de las Riendas de mi Vida. Dudaba si el verbo que tenía que usar era 'tomar' o 'coger' -las riendas-, lo puse en google y me salió un curso de Coaching para Emprendedores llamado 'El Poder del Cambio'. Volví a probar y me apareció un libro titulado '¿Estas preparado ser feliz y hacer realidad tus sueños?.' Y a la tercera, un blog: 'Descubre la llave de tu poder personal'. El curso valía una pasta, la autoayuda me da grima y para leer el blog de otro me pongo a escribir el mío, que ya va siendo hora, me dije, y aquí estoy. La investigación no ha dado frutos, así que la Declaración Universal de mi año en curso sigue abierta a sugerencias.

La que parece dar rienda suelta a su llegada porque la llamaban a gritos es la primavera, que después de un invierno duro y largo a partes iguales, se ha apresurado a mostrarnos su epifanía. Cambió la hora y con ella el humor, los colores vivos van sustituyendo a los negros y grises en las camisetas y el rosa a la blanca palidez de la piel de las erasmus de mi barrio. No sé si huele a flores, pero sí a habas enzapatás. Y han abierto una heladería en la Plaza de las Monjas que ha empezado el agosto en marzo. Pero mi manifestación preferida de esta estación es ese axioma que dice "Como fuera de casa en ningún sitio".

Por eso, como la Semana Santa es sagrada y los viajes también, me fui a Estambul. Para no perder las riendas, me llevé a mi amiga Mariví, sin la cual las historias de mi blog no serían lo mismo, y a mi amiga Violeta, que como también es de Valverde contribuyó a que las habaneras cantadas a orillas del Bósforo quedaran preciosas a dos voces.
Los turcos, además de un río, tienen bigote, taxis amarillos, kebabs y bocadillos de caballas, mercados laberínticos, mezquitas impresionantes y una ciudad maravillosa. Con diez cañones por banda y cantando alegre en la popa, recité los versos de Espronceda: "Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente..." se iba divisando el mes de abril.

Aparte de las aguas mil y de que se lo robaron a Sabina, para mí es un mes que me ayuda a encontrarme cuando estoy perdida. Pienso en el pasado y el futuro y disfruto un poco más el presente. Creo que es porque me siento más cerca de las personas que quiero. Y porque en Abril han nacido mi madre y mi sobrino el mayor. Cuando tenía sólo unos meses le compré un cuento de cartón gordo que tenía una vaca en la portada. Ayer me llamó por teléfono y se puso a leerme para demostrarme que estaba aprendiendo. A su lado estos cinco años yo también he aprendido a ser más feliz.

Otras formas de encontrarme es ver Perdidos los domingos. El otro día, en feisbuk, me hice del grupo 'La frase qué te llevarías a una isla desierta ha cambiado desde que veo Lost'. También ando buscándome a mí misma a la hora de pagar con tarjeta. Si alguien encuentra mi DNI, que le diga que lo echo de menos. Se siente muy rara una sin saber por dónde andará su identidad.

En la ciudad, y con las fascinantes imágenes de Latitudes ya grabadas en la retina, la actividad cultural retoma su curso cotidiano y tranquilo en el teatro, en el cine y en la Universidad.

La vida sigue y estoy convencida de que los meses pasados, lluviosos y tristes, nos ha hecho un poco más fuertes. Las tardes se alargan de luz y la gente va volviendo a las calles. Pero como sé que estos días hay quien necesita más aliento, propongo animarnos los unos a los otros. Yo, por ejemplo, he ido encontrando soluciones a mis pequeñas catástrofes y además ya me ha llegado el borrador de haciendamedevuelve. Os cuento, además, un secreto más simple que todas las claves del éxito y crecimiento personal que me salieron en google: las vitaminas de Aldi, mucho más efectivas y baratas, dónde va a parar.

Ayer fue martes y treces, pero como ya no creo en en la mala suerte, se me ocurre una razón mejor para que el blog se actualice este miércoles. Feliz Día de la República

miércoles, 10 de marzo de 2010

Teoría de la relatividad

Desde que no ponía una letra en este martes, martes, he reunido una colección de indicios para confirmar que todo aquello que creemos seguro, firme o incuestionable puede revelarnos en cualquier momento una cualidad incontrolada que, al menos a mí, me recuerda lo vulnerable que soy ante a la vida. Mi amiga Mariví me ha dicho alguna vez que soy la vulnerabilidad hecha persona y claro, al escucharlo, me puse a llorar de emoción para no defraudar a nadie.

Precisamente porque yo soy más bien de letras, siempre me ha fascinado la física. Ciencia que estudia la materia y la energía, y las leyes que tienden a modificar su estado y su movimiento sin alterar su naturaleza. Materia y Energía son palabras rotundas que me gusta utilizar para que parezca que puedo explicar el mundo y algunos capítulos de Perdidos.

Creo que cada uno se engancha a la serie por motivos diferentes, casi siempre personales: porque se identifica con algún personaje y por eso hay tantos, porque hay partes del pasado que todos necesitamos redimir, por sobrevivir en una isla desierta donde vive mucha más gente que en El Buitrón, hasta porque los productos de la iniciativa Dharma les recuerdan a los de Hacendado, como Nacho y el feisbuk tan bien nos han enseñado .Yo me he enganchado por todos ellos y algunos más. Hasta sobrevolé la isla de Ohau por si el péndulo me hacía aparecer en alguno de los capítulos de la quinta temporada.

La isla de Perdidos se mueve en el espacio y en el tiempo. ¿Ciencia? ¿Ficción? ¿las dos cosas juntas? Lo digo porque ya no hace falta poner Cuatro para comprobar que la Tierra cambia sin cesar, los anticiclones desaparecen, hay inundaciones hasta en las playas, terremotos, el eje que la equilibra se ha desplazado ocho centímetros y el día se ha acortado en no se cuántos microsegundos. Voy a buscarlo. 1,26 millonésimas de segundo.

Por eso, cuando anunciaron la Ciclogénesis explosiva, me dispuse a enfrentarme conscientemente a mi destino. En la serie, todos parecen haber sido elegidos por algún motivo para encontrarse justo en esas coordenadas. Yo, después de haber pasado por mi mayor serie de catástrofes propias y ajenas, pequeñas y grandes, domésticas y vitales, pensaba que sería arrastrada por el ojo del ciclón empapada bajo la tormenta enmedio de una gran corriente eléctrica, como en los pósters donde se ven los rayos y relámpangos sobre el perfil de una gran ciudad en la noche.

¿Sinceramente? Creo que la ciclogénesis se equivocó de coordenadas. No quise decir nada, pero me extrañaba mucho que llegara en pleno de puente del Día de Andalucía mientras me comía un frito variado con mis amigas de Valverde y sus chiquillos en El Portil.
También puede que pasara de largo sin darse cuenta de que yo la estaba esperando. Me volví a quedar con las ganas de saber que sintió Dorothy la de El Mago de Oz cuando el tornado en Kansas. Al menos, los chocos del bar me dejaron buen sabor de boca.

Lo malo de estar tan ocupada con la física es que apenas le he dedicado tiempo a la agenda cultural. Pero hasta eso puede tener un tiene sentido científico. En Perdidos y en la vida, son muy importantes las constastes y las variables. Otras dos palabras rotundas a las que dedicaré otro post cuando investigue sobre ello. Pero hay un concepto relacionado con la distancia, latitud, que se ha materializado en la ciudad. No hace falta explicar mucho, ya lo hice el año pasado por estas fechas. Quien quiera saber más puede averiguarlo en cualquiera de los espacios expositivos que existen en Huelva. No se arrepentirá.

Ahora que ya he expuesto mi teoría, me he quedado un poco más tranquila, y ya no preocupa tanto que el fin del mundo esté cerca.
He llegado que si las verdades son relativas, las mías, las tuyas y las suyas, en estos tiempos que corren lo son más que nunca. Por eso me he propuesto invertir las 1,26 millonésimas de segundo que han desaparecido al día en algo que me haga feliz.
Por cierto, está a punto de empezar Perdidos que, por si alguien no lo sabe, hasta ahora se emitía los martes, martes. Pero me he enterado que la pasan a los domingos. Hasta la serie se ha desplazado en el tiempo, como para no creer en Einstein.

viernes, 29 de enero de 2010

El valor del cambio


Me he dado cuenta de que me paso la vida acumulando cosas y necesidades pendientes. Coger la bici, volver al cine, ver la última exposición. Leer más, reordenar fotos, escribir en el blog. Cribar armarios, vaciar cajas y liberarme de algunos pesos de los que cada vez cuesta más deprenderse.

Se me pasa el tiempo buscando tiempo, dejando de hacer todo a sabiendas que dejarlo no es la solución, sino la cola de alguna pescadilla. A veces intento escaparme de casa, pillarme un avión que me lleve lejos, pensar otras maneras de vivir... Pero el sonido de las llaves en la puerta al volver de viaje parece decirme que todo está como lo dejé y que nada cambia a no ser que nosotros lo provoquemos.

Últimamente el cambio merodea a mi alrededor: mi cuñado se ha mudado de ciudad, algunos amigos de trabajo, otros de piso... También hay otros más sutiles que, más que cambios, son procesos naturales: mis sobrinos se hacen mayores, mi madre se hace mi amiga, mis amigas tienen hijos... Yo, que sigo practicando ese ejercicio mental de viajar al pasado y recordarnos cómo nos imaginábamos que seríamos en el futuro, no estoy muy segura de haber cambiado mucho de lo que siempre he sido. Pero he aprendido algo que no formaba parte del juego: que asumir lo bueno y lo malo, lo que nos hace felices y lo que no, sólo puede hacerse a hacer a medida que fuéramos creciendo.

Las cosas que no cambian suelen alojarse en mundos paralelos, como Fitur y el feisbuk. Los dos tienen bastante en común: te ponen lo que buscas a tu alcance sin moverte de un pabellón o de la pantalla del ordenador y es la manera más fácil de seguirle la pista a gente que no ves con frecuencia. En Ifema, paradigma de la inmutabilidad, me encontré con amigos de Madrid, de Canarias y de Berrocal. En el facebook, paradigma de la cotidianidad, cada día me hago seguidora de nuevos grupos, de esos que se le ocurren a alguien y nos alegran el día a los demás. He detectado que estamos atrapados por una espiral de gregarismo y llega un momento en el que nos identificamos con todo grupo que se menee. Hoy, por ejemplo, he asumido a pies juntillas tres propuestas impepinables: 'Y si cierran el Bully, ¿donde voy a cenar yo ahora?, 'Ojalá tuviera por la noche el sueño que tengo por las mañanas' y la evidencia: 'Creo que esto de ser fan se me está yendo de las manos'.

Me dicen que últimamente no informo de los eventos culturales. Haberlos, haylos. Os recomiendo la exposición 'Espejos del alma', en el Hotel París y la de Víctor Pulido en el Museo antes de que las quiten y adelanto estupendas expectativas para segunda edición de Latitudes, según he podido recabar. Estad al loro de los concierto de Cantero Rock: fantásticos ayer L.A,. y en febrero vendrá

La foto de hoy es una de las favoritas de mi último viaje. Otro lugar, donde es verano y el tiempo trascurre de otra manera. La pongo para recordarme que nunca hay una sola realidad

Entre tanto, atravesando este mal tiempo que nos condiciona el humor, nos hemos encajado en 2010. Un nuevo año y una nueva década, de número futurista, de la que me gustaría pensar que traerá revoluciones sociales, artísticas y culturales y no sólo tecnológicas. En la que las buenas noticias ocupen los titulares de los terromotos, las injusticias y las miserias.
Desde un día 27, enero siempre me entristece. Al principio no me paraba a preguntarme porqué. Ahora, que he comprobado que los sentimientos también tienen memoria, sé que es porque echo de menos a mi padre. Y así asumo la tristeza con calma porque, como dice mi amiga Mariví, la vida se construye también de recuerdos.

En estos días de frío y tardes oscuras, una buena amiga se ha enamorado y, por primera vez, mi sobrino el mayor ha tenido iniciativa para llamarme y contarme que busca un disfraz. Las cosas también pueden cambiar para mejor.