viernes, 29 de enero de 2010

El valor del cambio


Me he dado cuenta de que me paso la vida acumulando cosas y necesidades pendientes. Coger la bici, volver al cine, ver la última exposición. Leer más, reordenar fotos, escribir en el blog. Cribar armarios, vaciar cajas y liberarme de algunos pesos de los que cada vez cuesta más deprenderse.

Se me pasa el tiempo buscando tiempo, dejando de hacer todo a sabiendas que dejarlo no es la solución, sino la cola de alguna pescadilla. A veces intento escaparme de casa, pillarme un avión que me lleve lejos, pensar otras maneras de vivir... Pero el sonido de las llaves en la puerta al volver de viaje parece decirme que todo está como lo dejé y que nada cambia a no ser que nosotros lo provoquemos.

Últimamente el cambio merodea a mi alrededor: mi cuñado se ha mudado de ciudad, algunos amigos de trabajo, otros de piso... También hay otros más sutiles que, más que cambios, son procesos naturales: mis sobrinos se hacen mayores, mi madre se hace mi amiga, mis amigas tienen hijos... Yo, que sigo practicando ese ejercicio mental de viajar al pasado y recordarnos cómo nos imaginábamos que seríamos en el futuro, no estoy muy segura de haber cambiado mucho de lo que siempre he sido. Pero he aprendido algo que no formaba parte del juego: que asumir lo bueno y lo malo, lo que nos hace felices y lo que no, sólo puede hacerse a hacer a medida que fuéramos creciendo.

Las cosas que no cambian suelen alojarse en mundos paralelos, como Fitur y el feisbuk. Los dos tienen bastante en común: te ponen lo que buscas a tu alcance sin moverte de un pabellón o de la pantalla del ordenador y es la manera más fácil de seguirle la pista a gente que no ves con frecuencia. En Ifema, paradigma de la inmutabilidad, me encontré con amigos de Madrid, de Canarias y de Berrocal. En el facebook, paradigma de la cotidianidad, cada día me hago seguidora de nuevos grupos, de esos que se le ocurren a alguien y nos alegran el día a los demás. He detectado que estamos atrapados por una espiral de gregarismo y llega un momento en el que nos identificamos con todo grupo que se menee. Hoy, por ejemplo, he asumido a pies juntillas tres propuestas impepinables: 'Y si cierran el Bully, ¿donde voy a cenar yo ahora?, 'Ojalá tuviera por la noche el sueño que tengo por las mañanas' y la evidencia: 'Creo que esto de ser fan se me está yendo de las manos'.

Me dicen que últimamente no informo de los eventos culturales. Haberlos, haylos. Os recomiendo la exposición 'Espejos del alma', en el Hotel París y la de Víctor Pulido en el Museo antes de que las quiten y adelanto estupendas expectativas para segunda edición de Latitudes, según he podido recabar. Estad al loro de los concierto de Cantero Rock: fantásticos ayer L.A,. y en febrero vendrá

La foto de hoy es una de las favoritas de mi último viaje. Otro lugar, donde es verano y el tiempo trascurre de otra manera. La pongo para recordarme que nunca hay una sola realidad

Entre tanto, atravesando este mal tiempo que nos condiciona el humor, nos hemos encajado en 2010. Un nuevo año y una nueva década, de número futurista, de la que me gustaría pensar que traerá revoluciones sociales, artísticas y culturales y no sólo tecnológicas. En la que las buenas noticias ocupen los titulares de los terromotos, las injusticias y las miserias.
Desde un día 27, enero siempre me entristece. Al principio no me paraba a preguntarme porqué. Ahora, que he comprobado que los sentimientos también tienen memoria, sé que es porque echo de menos a mi padre. Y así asumo la tristeza con calma porque, como dice mi amiga Mariví, la vida se construye también de recuerdos.

En estos días de frío y tardes oscuras, una buena amiga se ha enamorado y, por primera vez, mi sobrino el mayor ha tenido iniciativa para llamarme y contarme que busca un disfraz. Las cosas también pueden cambiar para mejor.