lunes, 6 de septiembre de 2010

La épica y la normalidad

El martes, martes pasado fue el último día agosto. Para muchos, el fin de las vacaciones y la vuelta a la vida normal, una de cuyas características fundamentales durante los primeros meses consiste en visualizar repetidamente en cualquier formato de calendario -el del móvil, el de la mesa de trabajo, el del santo que llevamos en la cartera- cómo rentabilizar mejor los días de asuntos propios que nos quedan y en hacer ecuaciones en función de los días sobre los que recaen los puentes de otoño .

El verano pasado, como pensaba que se iba a acabar el mundo, me cogí un avión de largo recorrido en septiembre después de dos meses incansables, a fin de aprovechar cada segundo del tiempo que sobrevolaba en el planeta. Cuando volví, resulta que el mundo seguía tal y como lo dejé. Y encima, el regreso dio paso a un profundo y crudo invierno lleno de humedades y melancolía, como todos los inviernos, pero que dicho así, con la perspectiva del calor destaca más por antítetico.

Así que este año decidí tomármelo con calma y dedicarme a vivir los grandes momentos estivales con mayor discreción y una emoción algo más contenida.Y eso que han sido los julio y agosto más épicos de mi vida. Yo es que creo que es sano ser contraditorio de vez en cuando. Por partes.

Nadie esperaba que tras el mundialmente esperado final de 'Perdidos' aconteciera algo mucho más inesperado y apoteósico como ser campeones del mundo. Yo, con toda la discreción que fui capaz, empecé murmurando supersticiones, manejando amuletos para nuestra selección y vudús para las contrarias. Y el domingo 11 de julio acabé bañándome en la fuente de la Avenida de Andalucía una con una gran emoción contenida. Al día siguiente, cogí mi clik de Villa y me fui de vacaciones como una campeona. Mi coche nuevo y yo le cogimos gusto a la carretera y, para celebrar el día de mi cumpleaños, nos encajamos en un confín del mundo. En Finisterre me sentí feliz de que el mundo no se acabara el año pasado. Me hubiera ido de esta vida sin probar los percebes.

Por eso decidí que a partir de ahora quiero hacer todas aquellas cosas que no he hecho nunca y siempre voy aplazando. Tengo proyectadas varias de ellas para este mes: montar en parapente, hacerme la pedicura y embarcarme por un tiempo.

He decir que también ha sido un verano épico desde el punto de vista cultural: las Noches del Foro y escuchar Raphael junto a mi madre, el Castillo de Niebla y la lucidez oculta en la locura de Calígula, el menú Chicken Burguer y el CBO a la seis de la mañana para celebrar que el McAuto abre las 24 horas... Grandes momentos a los que se suman otros como 'Origen', que disfruté en el cine y en mi imaginación, y el Iphone 4 como nueva extensión del hombre, que diría McLuhan... Ahora me doy cuenta de que no es que haya tenido abandonado éste mi blog. Es que no podía dar abasto con tanta intensidad.

Septiembre, dicen, es la vuelta a la normalidad. Un estado de ánimo que se respira en los artículos y columnistas que hablan con nostalgia poética del olor a libros nuevos y en los padres que, al pagarlos, dicen lo mismo pero de una forma un poco más prosaica. Uno de los indicadores más significativos de esa vuelta son las fiestas de La Cinta y su verbena popular que hoy ha comenzado en mi plaza. Me pregunto si habrá ponche. Por preguntarme algo, ya que por las actuaciones no tengo ningún tipo de duda.

Volver a la normalidad implica haberse ido de ella. Necesito aclarar el concepto, así voy a buscarlo en el diccionario.

Normal 1. Referido a aquello que es general o mayoritario y a lo que es u ocurre siempre o habitualmente, por lo que no produce extrañeza.

2. Referido a lo que por su naturaleza, forma o magnitud se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.
Creo que ya sé lo que me pasa: como no soy mucho de rutinas, suelo ir demorando ese proceso de forma gradual e indefinida. Hasta que, para cuando me quiera dar cuenta, me haya encajado en la primavera.

En la playa no se sigue estando bien, sino mejor. Como hace mucho tiempo que no recomiendo nada, comparto con vosotros uno de mis mejores momentos del verano: tomarse un cubata en el chiringuito que está mi bajada de playa a la hora de la puesta el sol. Por si no fuera suficiente placer para la vista y el gusto, todas las tardes, durante esos diez minutos en los que la luz parece hacer estallar el horizonte, se escucha el Ave María de Schubert. El tiempo se detiene de una forma totalmente perceptible.

Recordando viajes y atardeceres, me resulta difícil elegir una foto del verano. He escogido una de mis sobrinos para explicar que ellos también llenan mi vida de grandes momentos. Como el buen tiempo, llegaron para que todo tenga más color y calor. Pero esta vez, además, han venido para quedarse.

Creo que entre lo épico y lo normal existe un espacio en el que me siento más cómoda y me resulta muy fácil instalarme. Eso me hace más sencillo elegir una frase para septiembre: lo posible también se merece una oportunidad.