miércoles, 16 de marzo de 2011

Cibernética doméstica


En la búsqueda de alicientes que me hagan más llevadera mi existencia aún no vivida, tengo que confesar que creo que me he enganchado a las máquinas. No a las de tecnologías de la información y la comunicación -que para eso ya tenía el feisbuk, el twitter y el ifón-, ni a las tragaperras y juegos de azar -que ya invierto en el Gordo de la Primitiva y me he comprado un cupón del Día del Padre-, sino a otras con una vocación más científica. Lo he estado pensando y creo que el origen de esta extraña adicción está en Fringe que, aunque como dice mi amiga Mariví parece el nombre de una modalidad de papas fritas, es una serie americana, con su FBI y todo.


Mi enganche a las papas fritas en todas sus variedades viene de mucho más atrás. Podría dedicar un post exclusivamente a ello y a mi evolución en gustos, desde las onduladas al jamón de Matutano a las salt& vinager de Pringles, con la revolución que supusieron las papatas gajos, ya sean las del Mc Donalds o las de otro Mc, Cain, que las vende congeladas. Aunque eso sí, por encima de todas siempre prevalecerán las Reposo, que llevan el nombre de mi patrona y que poco a poco voy extendiendo entre algunos paladades privilegiados de la capital.

Volviendo a las máquinas. En la serie, un investigador -mitad doctor Frankenstein, mitad Einstein- aborda para el gobierno americano una serie de casos y cosas que rozan el límite de lo conocido y que son las que a mí realmente me interesan en la vida. Tipo teletransportación, inteligencia artificial o nanotecnología. Para sus experimentos con personas utiliza aparatos con cables de descargas eléctricas que consiguen resultados impresionantes, como transferir recuerdos entre dos conciencias o recuperar la última imagen del nervio óptico de un tío que la acaba de palmar.

Seguro que ahora entendéis mi motivación cibernética. Traslandándolo a mi entorno, los aparatos más parecidos que tenía a mano son uno de electrodos de onda corta que te pone en la espalda el quiropráctico -que es un señor que me cruje la estructura ósea y la cartera- y otra de rayos láser destinada a la fotodepilación. Que esas máquinas en realidad son para masaje y para quitarse los pelos, de acuerdo. Pero así descritas suenan mucho mejor y para la láser hasta me pongo unas gafas protectoras totalmente futuristas que me hacen sentir mucho más cómoda en mi nueva aficion.

En este nuevo proceso también he aprendendido que yo soy más de ciencia y ficción que de libros de autoayuda. Me saqué uno de la biblioteca que se llama 'Egoísmo sano' y lo he tenido que renovar tres veces porque prefería destinar el tiempo necesario para leerlo a los demás. En concreto, a mis amigos, y para ser exactos, tomándome unas cervezas con ellos en el bar. Es lo que tenemos las personas altruístas. Así que en vez de ese manual me estoy leyendo una novelita corta, Diario de una golondrina, que me gusta mucho más. El protagonista del relato dice "lo que en adelante me conmovía era lo que se correspondía con nada común", con lo que me identifico totalmente y lo dejo a modo de cita, que es lo único que suele tener sentido en los martes, martes. La autora, Amélie Nothomb, es de origen japonés, que es un país que tenía que aparecer en este post de alguna manera porque todos lo tenemos más cerca que nunca.

Por lo demás, pasó el Carnaval y, aunque este año no me disfracé de Teletuby, volví a juntarme con mi pandilla valverdeña, la de toda la vida, que ha decidido reproducirse para perpeturar la especie, la de la buena amistad. Estadísticamente la mayoría absoluta de mis amigas y mi prima Patri están embarazadas del primero o del segundo descendiente. He hecho la cuenta y lo cuento aquí a modo de dato, no para crear un debate acerca de la maternidad, que os estoy viendo venir.

Como a quien Dios no le ha dado hijos, le da sobrinos, yo intento disfrutar intensamente de los míos. El mayor se vistió de Bob Esponja y el chico tiene cada vez más acento valverdeño. Conocen ya tantas tradiciones como ir de matanza, a Los Pinos y al Buitrón, a coger aceitunas a Candón o ir a buscar gurumelos, que deberían nombrarlos sobrinos predilectos del pueblo .

Dado que me dejo caer a cuenta gotas en este mi blog, la semana que viene me voy a pegar una escapada para tener más que contar a la vuelta. Como destino, uno que hace honor a mis tropecientas camisetas de rayas.

Nos vemos esta noche en el 1900. No como viaje en el tiempo, sino en la proyección semanal de 'Sangre de Bombilla presenta'... Cualquiera puede ver una peli en el cine o en su casa, pero verla en un bar constituye un aliciente de primer nivel. Palabra de experta en localizarlos.