martes, 1 de diciembre de 2009

Lo que dio de sí noviembre


Echo la vista atrás a noviembre y me vienen a la cabeza tres o cuatro imágenes que pueden servir para que éste, mi blog, vuelva a salvarse una vez más de la inminencia de su extinción.

La primera: mi cuñao ya conoce el Festival de Cine. Esa semana salía corriendo del trabajo y llegaba al Aqualon, a veces sin ni siquiera haber comido, para pillar la sesión de las cuatro y media y hacer el maratón diario que veía en nosotros como algo lógico y natural. Una noche salió de la peli mexicana a concurso descojonao, repitiendo una de las frases en un perfecto acento: "¿No más pa qué quiés la fogoneeera? ¡Con esto le das de madre al pinche Chugüaca!". El humor negro fue un descubrimiento, dentro del registro de sensibilidades iberoamericanas. Yo, que últimamente me quejo de que no tengo tiempo para nada, decidí dedicar el tiempo que me he ganado -las vacaciones no son otra cosa- a viajar por el mundo sin gastarme un duro. A conocer cómo andan las cosas en Chile y en Bolivia. A ver su Argentina y Colombia han cambiado mucho desde el año pasado. A recordar cómo los mexicanos se empeñan en complicarse la vida. A que Portugal y Perí vayan siendo cada otoño un poco menos desconocidos...

La segunda imagen es cómo los sentidos se han ido adaptando a la nueva estación. Hace semanas que llevo duchándome con el agua casi hirviendo, y sintiendo frío al salir a la calle cada mañana; atrdeciéndome escuchando música de otoño en la radio; oliendo castañas asadas al volver a casa; cenando sopas y dedicándome a leer correos antiguos, documentos pendientes, viejos papeles, artículos recortados...

Una tercer ocurrencia, y esta no es ni mucho menos nueva, viene del feisbuk: Paloma Jara, escribiéndome en mi muro que me deje de tanto estado, tanta foto, tanto enlace y tanto exhibicionismo social, y que me centre en escribir, algo en lo que ella es una maestra. Y, claro, desde entonces mi conciencia ya no se engancha tranquila, hasta que finalmente me he puesto a atender su consejo. En mi defensa diré que me sentí algo más aliviada cuando leí el otro día a Maruja Torres -que nunca ha dejado de escribir- declararse fanática y activista del feis porque para ella es divertido: "Nos recomendamos libros, nos pasamos artículos, criticamos, alabamos. O simplemente nos transmitimos la pereza, la esperanza, el descreimiento, la alegría". Yo no lo hubiera dicho más claro. Y como, además, ya estoy haciendo caso a Paloma, empiezo a sentirme muchísimo mejor.

Para evocar un cuarto recuerdo, podría empezar también por otra pluma de periódico. O acabar con él: el lo bueno que tiene García Montero, que queda bien lo pongas donde lo pongas. Lo nombraba Adela el otro día por decir que a él los bares le han ayudado a comprender el mundo (algo en lo que ella es una maestra). Los bares de siempre, razona en un artículo, son como un domicilio particular, donde la alegría del alcohol y de los encuentros y los rostros cómplices aleja el vacío de nosotros. Luego están los bares donde no habíamos estado nunca y que, por arte de magia, nos regalan una sensación de pertenencia. Justo lo que nos pasó a unos cuantos el otro día en un acogedor karaoke del polígono Polirrosa. Como García Montero siempre dice verdades como puños, y encima de forma bonita, no tengo más remedio que hacerle caso también esta vez: "Descubrir un bar significa querer volver, sentirse parte de una forma de vida, sumergirse en la íntima alegría de las repeticiones".

Pero noviembre ha dejado tras de sí otros muchos momentos que quizás ya nunca se escribirán en un post, en un estado del feisbuk ni en un artículo de opinión. Nos ha mostrado la nueva luz naranja y roja de las tardes de otoño, que ya no se extiende sobre el horizonte del mar y la arena, y ahora está atravesada de nubes que parecen pintadas con carboncillo. Nos ha recordado realidades implacables, como la ciudad llena de pavimentos, los supermercados de turrones y mantecados, y las calles de la ciudad.

Yo he tenido suerte, y el mes que termina me ha traído motivos para seguir siendo feliz. Me puse una peluca y me lo pasé pipa en una fiesta de los años 70. Mi madre ha dejado en mis manos un tesoro: un maletín de fotos familiares, para que lo ordene y, de camino, vuelva a disfrutar de mi infancia. Mis sobrinos están más graciosos que nunca y a la vuelta de la esquina. Y, de momento, mi blog sigue alimentándose de historias. Os lo decía a algunos esta semana: tengo más esperanza de vida, y esperanza en la vida, que nunca.

Dedico toda esa esperanza y este martes, martes a Mariví, mi gran amiga a la que algunos conocéis porque aparece en estas entregas, pero que sólo algunos podemos comprobar día a día que es encantadora, imprescindible y verdadera.
Felicidades es el deseo de tener felicidad plural.

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