jueves, 28 de octubre de 2010

La confusión y el criterio




Creo que uno de los rasgos de estos tiempos que vivimos -en el sentido más amplio de la temporalidad- es la confusión. Confusión que, como la propia palabra indica, puede ser entendida para bien y para mal. Yo creo que el cambio de hora, estación, de metereología y de armario suele ser una metáfora de la existencia misma, ésa que se repite y se renueva, el mismo río con distinta agua, que le cantaba el poeta al río Duero. Tras años de experiencia, he optado por dejarme llevar por ese fluir. He aprendido que el criterio es relativo y he acabado disfrutando la mecánica del desorden.


Quizás eso explica que en un intervalo de con pocas semanas haya viajado de Egipto a Londres, del desierto al metro, de una civilización a otra, pasando los domingos entremedios en El Buitrón, que es un lugar y un tiempo donde mis sobrinos siempre son felices y donde siempre acabo volviendo porque sé que allí estará mi madre.

El mes pasado, sin pensarlo mucho, me embarqué por unos días, que era una de las cosas que me propuse en el último post. El Nilo, al que también le habrán cantado sus propios poetas, es mucho más que un río. Es un paisaje que se mueve lentamente, de color verde y amarillo, es temperatura sin brisa, una sucesión distinta del tiempo, una forma distinta de vivir. Luego están los lugares, las pirámides y los templos, esos que impresionan y salen en las fotos y que seguramente seguirán allí otros cinco mil años más. Pero en todo viaje hay un momento de luz y de ingravidez en el que se olvida la distancia de un origen. En ese instante es cuando pasas forma parte del destino.

Lo de volver a Inglaterra doce años después de vivir seis meses como Erasmus ha sido todo un acontecimiento. En un vuelo low-cost, con una amiga de la infancia que se apuntó a una academia de inglés dos días antes para ir practicando, otra que bebe para combatir el pánico a volar, una tercera que falta por primera vez en su vida a la feria de Gibraleón, y dos hombres, hechos y derechos. No me he podido reir más en 48 horas. El Londres que me encontré no tiene nada que ver con el que recordaba. Como todo lo que evoluciona, no es mi mejor ni peor, es diferente. Supongo que en todo esos años yo también he cambiado. Y sin embargo, también en esta ciudad, me reconocí a mí misma. Y me hice la pregunta de si la madurez era ésto.

Sobre el concepto de criterio he reflexionado mucho últimamente. Sobre todo, entendido en su segunda acepción del diccionario: Juicio para discernir, clasificar o relacionar una cosa. Visto así podría ser lo contrario a la confusión. Sin embargo he dado cuenta de que la falta de criterio no tiene porqué ser un defecto. De hecho, he descubierto que es de las cosas más divertidas del mundo. Llevo semanas riéndome con Adela ante casos concretos. Los más frecuentes: vestirse sin criterio tratando de integrar todas las tendencias de moda en un mismo look, comprar sin criterio, comer y beber sin criterio, reir y llorar sin criterio... Yo creo que soy así desde que nací. Me parece que era mi abuelo Ramón el que me decía cuando chica que yo hacía las cosas sin conocimiento. Ahora, al menos, el rumbo perdido me llega a resultar gracioso. Me vuelve la pregunta de si la madurez era ésto.

El otoño cultural ha vuelto a la capital, con sus performances y charlas literarias al caer la tarde, con la programación del Gran Teatro y nuevas exposiciones y conciertos de la Universidad. Ante la inminencia del puente os recomiendo una visita al Altar de los Muertos mexicano, que empieza a ser un clásico por estas fechas en la Casa Colón y que este año lo han montado desde San Luis de Potosí. En noviembre, el Festival de Cine y Tricicle son las mejores propuestas para el tiempo libre, que es una expresión que cada día entiendo menos. ¿Es que hay un tiempo prisionero?

Entre la confusión y el criterio se encuentran las posibilidades, que era otra de las últimas cosas de las que recuerdo haber escrito. A mí siempre se me abren abren muchas en el cambio de un mes a otro. Despido Octubre después de haber compartido un día con Su Majestad el Rey y abriendo una surtido de chocolates de El Patriarca. Eso me recuerda a un post de hace años, probablemente por estas fechas, que se titulaba 'De Borbones y polvorones'. Para que luego digan que la vida no es un ciclo.

Quiero aprovechar este martes, martes para felicitar a mi amigo César, que ahora le ha dado por hacerse bloguero. Dentro de una semana cumple un año y una década. Con él he aprendido muchas cosas, con su juicio para discernir y también sin él. Hay dos cosas que valoro de César por encima de todas: que tiene un corazón noble y que siempre me hace reir. Ha estado a mi lado en los buenos y malos momentos, en la salud y en la enfermedad, en el verano y en el invierno. Es alguien de quien puedes tener la seguridad de que siempre va a estar ahí. Es lo que tiene ser vecinos.

Y un gran abrazo a los compañeros de El Mundo. Desde aquí les deseo lo mejor. La injusticia para con ellos ha servido al menos para algo: para que muchos recuperemos el sentido colectivo de la solidaridad

No hay comentarios: