miércoles, 26 de enero de 2011

Balance y elección

Llegó el 2011 y me he dado cuenta que nos hemos encajado de golpe en la segunda década de número futurista. No me digáis que las primeras veces no resultaba raro poner en la tercera cifra de la fecha el 11. Qué lejanos me parecen ahora aquellos encabezados que empezaban por 198 ó 199 y algo.

He estado tan ocupada que ni me ha dado tiempo a hacer balance del año y, si me apuras, ni siquiera de lo que hice ayer. Respecto al futuro baste decir que empecé este post antes de irme a Madrid por segunda vez en un mes, lo dejé justo en este punto y lo retomo una semana más tarde. Por algo dicen que hay que el porvenir hay que construirlo cada día.

A los Reyes le pedí un año sabático, una cura de sueño y que la batería del iphone me durara más. No me trajeron ninguna de las tres cosas, supongo que no quieren que me instale en la pereza. Pero no me disgusté. El otro día alguien le dijo a alguien que yo no me enfado nunca. Y Adela dice que sólo me enfado como Faemino y Cansado, es decir, de broma. No sé muy bien que pensar de eso, si es un halago o que me toman por sopa. En cualquier caso, ambos comentarios, lejos de inquitarme, me pusieron de buen humor.

En vez de atender a mi carta, los magos de Oriente me trajeron apuestas seguras: una caña de lomo -de un rey que me conoce como mi madre-, una cuidada edición de V de Vendetta -de otro rey que sabe a qué dedico el tiempo libre- y un marco digital -de un rey que se llama Javier, como mi hermano- y que cualquier día de estos abrirá las puertas a un nuevo universo expositivo en mi salón. También había un vestido de H&M, para mí que eso se lo encontraron por el camino. El conjunto me hizo casi la misma ilusión que las equipaciones del Recre y los clicks que le dejaron a mis sobrinos, que también me hubieran encantado, pero hace tiempo que aprendí que no se puede tener todo en la vida.

Este enero, y por aquello de renovarse o morir, tiendo más a la abstracción y en vez de propósitos recurrentes como el gimnasio, las rebajas y lamentarme por la cuesta del mes, he optado por dejar que transcurran las cosas tal y a ellas les venga en gana. En Fitur, por ejemplo, este año sólo me he recorrido medio mundo, no me dio tiempo de llegar a Asia-Pacífico y a las empresas. Lo segundo es absolutamente prescindible, sobre todo porque el merchandaising está acusando mucho la crisis, pero para compensar el recorrido oriental me he hecho adicta a la comida japonesa, después de probar el tataki de atún al jenjibre y comprobar que hay sabores mucho más conseguidos que los palitos de cangrejo.

También he pensado, aunque no mucho, en cómo era mi vida hace un año. El frío y la lluvia eran más o menos igual. La sensación: de que todo era cambiante, de que todo estaba en el aire. Probablemente ahora el futuro siga siendo igual de incierto, pero eso hace tiempo que djo de preocuparme.


He aprendido a valorar más lo inmediato. A disfrutar la siesta, una tarde en Valverde, lo que me ofrezca esta noche la nevera, la copa del viernes con mis amigos. Además he aprendido a dejar crearme obligaciones y optar por lo que me hace más feliz . La vida también es lo que queremos que sea. Ese sería mi balance y también mi elección. Hace poco leí que el acto de elegir es una prolongación de nuestra propia persona. Y a mí me gusta reconocerme cuando estoy contenta.

Una de las frases que me siempre me han acompañado es esa que dice que hay un tiempo para hacer que sucedan las cosas y otro para que las cosas sucedan. Escribir el blog responde al primero de esos tiempos. De aquí a la próxima vez que escriba, espero que me ocurran muchas otras historias que contar.

En Enero siempre me acuerdo más de mi padre. Miro a mis sobrinos creciendo y me pongo a imaginar como hubieran sido todos estos años con él. A veces se me saltan las lágrimas. Y me alegro de que su recuerdo me haga sentir más viva.

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