martes, 11 de septiembre de 2007

Declaración de intenciones

Para seguir alimentando mi conciencia crítica acerca de la televisión, el domingo me chupé de pé a pá la gala de inaguración de Gran Hermano 9, como Dios y Mercedes Milá mandan. Es uno de los tres grandes clásicos de la temporada a los que nunca fallo. Los otros son el certamen de Miss España y el de Eurovisión. Gracias a ellos, puedo tomarle el pulso a las inquietudes del país: Los tres son concursos, en los que se humilla al intelecto, a la mujer y la música, respectivamente, y en los que una audiencia idiotizada puede mandar un sms para votar al mejor.

Lo que más me gusta de cada nueva edición es ver los vídeos de los concursantes para descubrir porqué los habrán elegido. Tengo que reconocer que esta vez se han superado. Han metido a una ciega con un 2% de visión que está a punto de casarse; a dos gemelas de Los Palacios que se intercambiarán durante la primera semana a ver si los tíos las diferencian; a una con cara de loca que fueron a buscar por ser hermana de padre de otra a la que no conocía -la más quinqui del grupo- para que se encontraran en directo; a un musulmán de Senegal que que instala aires acondicionados; a un italiano que es clavaíto al hijo de Carolina de Mónaco; a un legionario, a dos canarias y un periquito. Ah, y a otro que se presentó a Factor X, que por lo visto sigue buscando la gloria, y de quien está enamorada una de las dos gemelas. Lo que no me quedó mu claro es cuál de las dos. Si alguien piensa estar al tanto lo que pasa en la casa que me lo cuente cuando vuelva de vacaciones.

Mis amigos, -incluso algunos de vosotros- me contáis planes y propósitos para el curso que comienza: "He decidido que este año voy a aprender inglés, pero esta vez en serio", "Me he apuntado al Wellness, apúntate tía, que está superbien", "Me he propuesto que voy a comer menos menús y latas y voy a cocinar cosas sanas", "De este mes no pasa que planifique mis gastos y empiece a ahorrar"...

Aunque haga como que os animo, en realidad lo que pienso mientras me lo contáis es que la fiebre de buenas intenciones dura quince o veinte días. Yo sé porque la he pasado varias veces: cada vez que he intentado aprender inglés, ir al gimnasio, no comer comida precocinada y tener algún euro en el bolsillo. Por eso me he convertido en una experta en declaración. De intenciones.


Lo que no pienso seguir declarando y sí practicar a partir del jueves es mi "periodo de descanso durante el que se interrumpe una tarea o actividad habitual". Lo he buscado en el diccionario, empezaba a dudar de su existencia. A la gente de Diputación le empezaba a dar pena de mí, viendo que todos vuelven y yo permanezco. Me encanta la fuerza del verbo permanecer. Durante mi ausencia, los albañiles me han prometido terminar las reformas y los ordenanzas, amontonar los periódicos en mi mesa. Así, a mi vuelta, comprobaré que la situación inmobiliaria y la actualidad de Huelva siguen intactas.

Yo, a cambio, les mandaré una postal desde mi destino, aún incierto. Primero, la habitación y los cuentos de mi sobrino en Madrid y el piso nuevo de Edu en Malasaña. Después, un poco más lejos. Os doy un par de pistas: voy en busca de un anticiclón a un lugar donde Aznar, Bush y Blair se hicieron una foto de esas que hacen historia. Ojalá mi réflex digital pudiera reescribirla.

Vaya. Reparo en que esta semana no he recomendado nada. Rápidamente, un 3x1: la nueva revista de viajes de Lonely Planet, el nuevo disco de Calamaro y que vayáis al cine. Son tres formas de viajar para los que ya no tenéis vacaciones.


Hoy dudaba entre mandar una foto artística de mi sobrino o una de mis pies llenos de rozaduras por los tacones de las bodas. Seguro que quedaban bien en el blog. Pero finalmente he buscado alguna que retrate mi pensamiento.


Ahora que todos escriben en la columna de Umbral intentando imitar su estilo, os deseo un septiembre colmado de metáforas personalizadas.

El obituario de hoy lo ocupa Angela Channig. En realidad, la nombro porque me ha recordado a mi abuela. No porque fuera intrigante, sino porque nos tirábamos todas las tardes del verano en el suelo de su casa viendo Falcon Crest y sorbiendo polos hechos con cubiteras y palillos de dientes.

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