martes, 15 de enero de 2008

Historias de regalos


Empecé el año que ha alcanzado su primera quincena con dos dudas importantes. Una, si mantener el hábito de escribir en voz alta sin que se convierta en una esclavitud. Y dos, si seguir siendo fiel a los martes. Luego recordé que mi único propósito para el 2008 es no perder tiempo dudando, así que comienzo un nuevo correo y la semana que viene Dios dirá.

Los Reyes me han echado un sobrino, un teleobjetivo y un disco duro portátil para poder seguir almacenando tanta foto. En realidad, el sobrino es un regalo para todos y el disco duro me lo he comprado yo, pero quedaba bien relacionar las tres cosas.

Estaba pensando cómo describiros a Álvaro, pero me viene una imagen recurrente: es pequeño... suave, tan blando por dentro que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Me gustaba la descripción, pero el copyright lo tiene Platero y no es plan de comparar a mi sobrino con un burrillo, por muy tierno y juguetón que sea. Álvaro es mucho más: es cálido, rosado, despierto, soñador, plácido, con personalidad, nariz redondeada, ojos rajados, pies grandes y manos que me agarran con fuerza, recordándome que acaba de venir y que tiene toda una vida por delante para que lo quiera tanto como a su hermano.

En el plano material, los Reyes me han dejado muchas otras cosas interesantes relacionadas con mis principales aficiones. Un vestido y una bufanda para el fondo de mi armario, una manta de viaje para soñar escapadas en el sofá, dos libros de cuentos para alimentar el espíritu, y un queso y una caña de lomo para alegrar mi cuerpo serrano. Todavía lo tengo todo muy bien puesto en el sofá, creo que me da pena estrenarlos. Mientras están ahí, nuevecitos, siguen teniendo ese brillo mágico que tienen las cosas deseadas. También me encanta regalar. Por eso colecciono papeles de regalo que algún día encontrarán su contenido. Este año, mientras envolvía el chándal para mi madre y las camisas para mis hermanos, descubrí cuál sería uno de mis trabajos preferidos: empaquetadora. En cada regalo se cuenta una historia.

Mil historias contiene también la nueva librería que han abierto en la calle Vázquez López, casi en la esquina con la Avenida Italia. Es inmensa, ideal para detener el tiempo en las diferentes secciones, y una peligrosa tentación para el bolsillo, como dice mi amiga Mariví, que casi siempre tiene razón y siempre es mi amiga aunque no se lo anteponga al nombre. Allí podéis encontrar a un personaje adorable: Firmin, un culto ratón de biblioteca que vive en el libro que estoy leyendo y que es mi recomendación de hoy, dado que se acaba el correo y casi me olvido de las viejas costumbres.

Una mala noticia para los infieles al cineclub y buena para los amantes de las fiestas populares: el Gran Teatro vuelve a estar tomado por el Carnaval, te quiero. Y de ahí al pregón de la Semana Santa sólo hay una cuaresma y pestiños, empanadillas y las orejas tan ricas que se hacen en mi pueblo para endulzarla. Ah, y en medio San Sebastián, patrón de nuestra ciudad que no me extraña que sea un mártir con la programación que le colocan cada año. Los Mojinos Escozíos y La Madre que los Parió... a los programadores. Creo que los segundos ya vinieron en Colombinas o en La Cinta; el chiste, además de malo, me suena a repetido.

Después de quince días ausente de la realidad y de la ficción -es decir, sin ver la tele- estoy exultante: han vuelto House y Lucas. Las principales novedades son que el primero tiene que buscarse un nuevo equipo después de despedir al anterior y que Paco es comisario en funciones. Sólo hay un problema: han puesto las dos series a la misma hora. Qué les habré hecho yo a los programadores del mundo. Tendré que zapear entre la inteligencia del doctor y el cuerpo del delito, lo cual viene a confirmar mi teoría de que es imposible encontrar ambos atributos en un mismo hombre.

Me despido con una noticia que me hace gastronómicamente feliz. Éste es el año de mi alimento preferido: la patata. En serio, lo leí en El País. Felicidades al tubérculo que me ha dado tan buenos momentos a lo largo de mi vida, desde que mi padre me llamaba carapapa cuando era chica y pizpireta. Me gusta en todas sus variedades, cocinada y en paquete, desde las primeras onduladas que salieron al mercado, las matutano al jamón -somos muchos pensamos que le echan algo que engancha- hasta mi último descubrimiento: las suecas que venden en la tienda del Ikea. Os doy mi consejo para disfrutarlas aún más: cuando abráis vuestras preferidas, rociadlas con un chorreón de vinagre. Se multiplica el sabor.

En vista que la ONU ya no sabe qué celebrar, pienso presentarme voluntaria para proponer conmemoraciones venideras.

Enhorabuena a Nacho por el premio Ciudad de Huelva y felices rebajas para todos.
Tras el fracaso del Gordo y el Niño, sólo puedo desearos que la cuesta de enero sea lo menos empinada posible.

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